miércoles, 1 de julio de 2015

Aprendiendo a querer




Hace unos días iba caminando por la calle cuando miré a una pareja de adolescentes tomados de la mano y pensé “qué bonito es el primer amor… aunque a veces sea atropellado” (suponiendo que era ese el primero) y así como en muchas ocasiones, la primera vez que hacemos algo, no suele salir del todo bien; pareciera entonces que es el momento de cometer el primer error o “meter la pata”, sin embargo, es natural que esa porción de error esté presente en lo que hagamos, pues no somos perfectos. Y les digo, aunque algunos insisten en que comenzar un noviazgo en la adolescencia y permanecer juntos para siempre es lo ideal, a veces no es así.  

Cuando somos adolescentes vivimos cambios profundos, tanto físicos como psíquicos que constituyen caracteres propios y que los experimentamos dependiendo de las condiciones psicofísicas, raciales, culturales, entre otras, que van a determinar de cierta manera nuestro comportamiento. Surge entonces esa necesidad de estima, de ser queridos por alguien más, que no sea un familiar, que sea un extraño con quien puedan experimentar eso que llaman amor y vivir un noviazgo.

Aunque en nuestra adolescencia tengamos modelos sobre cómo formar pareja, realmente nadie nos enseña a querer, sumado a esas preguntas existenciales de ¿Quién soy? , ¿Hacia dónde voy? Y ese pie en la adultez y el otro en la niñez, nos sentimos confundidos y nos preguntamos más y más acerca de nosotros y de lo que hacen o dicen los otros. “Mamá, ¿por qué si fulano puede tener novia, yo no?” y así vamos hasta encontrarnos en un caos psicológico que creemos calmar con una relación de pareja.

Aprender a querer a alguien más es una tarea individual y subjetiva. Nos fijamos en su mirada, en su sonrisa, en su forma de caminar y luego vamos conociendo cómo se comporta ante cada situación o persona que se presente y sin notarlo comenzamos a sentir afecto por el otro, nos identificamos porque nos gusta el mismo tipo de música, las mismas películas y hasta la misma comida. La confianza hacia el otro crece de acuerdo con nuestro estado emocional y nos va a empujar a involucrarnos con este. Almas gemelas, media naranja, el amor de mi vida. No habrá más, con esta persona me quedo.

La experiencia es nuestro respaldo al momento de crearnos conceptos sobre algo en específico, por más que conozcamos su teoría, la práctica es lo que nos dará la veracidad de la misma y así también sucede con las relaciones de pareja. Sí, es posible conocer y quedarse con la única persona de la que te enamoraste desde que eras un niño, pero no tendrás mucha información al momento de saber si es sana esa manera de amar o no. Con esto no significa que mientras más parejas tengas, mejor. No. Significa que mientras de mejor calidad sea cada relación que vivas, podrás identificar las fallas y tratar de no repetir errores. Con una única relación se hace más complicado revisar qué hay que cambiar. Toda relación de pareja está llena de cambios, eso la hace crecer y ser funcional.

Cuando vivimos una relación de pareja y esta termina la realidad cambia, ya no se siente tan bonito y aquí es donde comprendimos lo aprendido durante esa relación y el dolor sirvió de maestro o donde lo único que aprendimos  fue a colocar etiquetas a las personas para descartarlas porque sufrimos luego de la ruptura.  Es este el ejercicio a realizar. ¿Qué me quedó de esa primera relación? de esa persona que conocí en el colegio y me encantó desde el día uno. Ahora que crecí, ¿Cómo no repetir lo malo que aprendí y seguir buscando lo bueno? Aunque haya quienes comiencen a tener pareja al inicio de la etapa adulta, también es prudente realizarse estas preguntas si ese vínculo se llega a romper, pero lo general es que nos involucremos afectivamente desde temprana edad.

Lo seguro es que la experiencia servirá de referente en un futuro y va a formar parte de las creencias acerca de una relación afectiva. Justo por eso es delicado, porque aún no se ha alcanzado un nivel de madurez emocional que corresponda con lo que implica comenzar y mantener una relación de pareja. Aún así, ¿Cómo negarles a los adolescentes que se enamoren? Imposible, pero sin duda como padres o amigos podemos intentar orientarlos en semejante camino, que sí, es maravilloso pero lo percibimos de esta manera cuando ya hemos recorrido mucho de ese trayecto y con cada vez, amamos mejor, por más que hayamos repetido el patrón inadecuado, un día despertamos y nos damos cuenta que el amor no duele, no te hace sufrir y no hace falta demostrarlo incesantemente para confirmar que existe. El amor ES, así, sin más.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario