domingo, 3 de enero de 2016

¿Por qué despedirnos?




Ana es una chica que detesta las despedidas, para ella cuando se acerca el decir "adiós" representa un gran malestar, tanto físico como mental. Empieza a sentirse ansiosa y arma estrategias e inventa excusas para alargar el momento, olvidándose de todo lo demás para concentrarse en no alejarse de esa persona, de ese buen rato. La tristeza que le genera despedirse es directamente proporcional a su nivel de apego, cree que no es sano estar lejos de quienes amas porque ha aprendido desde pequeña que estar junto a sus seres queridos lo es todo. ¿Cómo explicarle a Ana la ventaja de despedirse? ¿Cómo hacerle entender que un adiós podría ser más un hasta pronto? Ella suele conservar hasta la envoltura del último chocolate obsequiado por su novio, a sus veinte y tantos se ha despedido muy pocas veces, la verdad es que cuando lo ha hecho fue porque el otro espetó "Ana, debo irme. Adiós", y allí se activa su malestar. No tolera la frustración que le da tener que dejar ir, o mejor dicho, que la dejen ir. 

En nuestra cultura estamos habituados a despedirnos, pero se ha entendido como algo doloroso. La mayoría de las veces se experimenta de esta manera, por ejemplo, cuando muere un familiar, hay una ruptura de pareja, nos vamos de casa de nuestros padres, emigró un amigo o nos arrebataron el teléfono en la calle. Los apegos no son sólo a las personas o animales, también a las cosas. Aferrarse a ello podría interpretarse como una sensación de seguridad y protección, y así es más fácil depender. Decir adiós a quien no queremos decírselo preocupa hasta al más "desapegado", porque somos personas que sienten y crear vínculos es una habilidad innata. Empezamos con la madre y así vamos con cada ser significativo. ¿Y si hubo abandono a temprana edad? pues habrá mayor susceptibilidad a crear apegos, a temer soltar, a no despedirnos.

El apego de Ana es desproporcionado, le hace más daño que la idea de despedirse. Sería interesante si nos colocáramos en el lugar de ella y sintiéramos lo que siente cuando llega el momento de decir adiós: duele, ¿no es así? Ahora, la intensidad de ese dolor puede variar de acuerdo con el valor dado a esa persona, animal o cosa. Siempre que sea más significativo, más intensa será la emoción. De eso vivimos, del placer y del displacer; lo que nos gusta, lo que nos disgusta. Eso que nos agrada o no va formando parte de nuestra identidad, al punto de que otros relacionan eso con nosotros. En este mismo sentido, cuando nos conectamos emocionalmente con alguien/algo como no lo hemos hecho con otro, se va edificando una estructura afectiva que podría ser difícil de derrumbar, logrando que nos aferremos tanto que ni los años podrán deteriorarlo.

¿Has tenido a alguien de quien no te despediste y no volvieron a verse? ¿Has desechado algo sin haberle dicho "te boto porque no te necesito"? Pareciera tonto, pero es un ejercicio simbólico muy efectivo. Aprender a despedirnos garantizará que ese dolor a futuro no sea tan intenso, que sea manejable y comprensible, porque decir adiós es parte de la vida. Aún en la conversación más simple con un desconocido, practicar las despedidas te hace fuerte ante ellas, te prepara para lo que vendrá pues no es posible predecir en qué momento llegará el día de decir adiós sin marcha atrás.

En este punto no se trata de las etapas propias de un duelo, que es donde mejor entendemos el apego y cómo sobrellevar la experiencia, se trata del acto en sí de despedirse; de la experiencia de marcharse aún con la esperanza de volverse a ver. A Ana le duele mucho cuando siquiera piensa en despedirse, lo más seguro es que desconozca que el dolor también sirve de aprendizaje, que evitarlo lo intensifica cuando regresa y que resulta mejor saber que está y que en un momento se irá. 

Sí, el dolor sabe despedirse tal como cualquier otra emoción, como bien dijo Jean Paul Sartre: "la emoción no es un accidente, es un modo de existencia de la conciencia, una de las maneras por las que comprende su ser en el mundo" Sentir nos permite recordar que existimos, sin importar si duele mucho o poco, es la forma de conectarnos nuestro ser con el mundo. Despedirse es sólo una acción de muchas contra el apego, pero sobre todo a favor de sentirse libre y en paz con lo que se es y se tiene y con lo que no se es y no se tiene.

Evadiendo la realidad



Hace un par de días estuve conversando con tres personas desconocidas en algún lugar de Caracas, entre ellas había una señora de unos 45 años exponiendo su punto de vista acerca de la situación actual que atraviesa el país, "la crisis" como muchos le llamamos. Pero para esta mujer reconocer la realidad que la golpea todos los días le era difícil, por un rato lo admitía, por otro lo justificaba o simplemente lo negaba. No hacía contacto directo con lo que gran parte de los venezolanos vivimos a diario. Con esto ni siquiera me refiero a una realidad política, no, es más una realidad cotidiana, esa realidad de la que no podemos separarnos porque hay que comer, trabajar, salir a la calle, etc. En este sentido, llamó mi atención que aún pudiendo tener un criterio sólido, algunas personas optan por evadir, contradecir y echar a un lado la realidad para quedarse fijadas en sus ideales. ¿De dónde viene esto, a qué se debe y cómo manejarlo?

Las ideas son intangibles pero forman parte de nuestra personalidad, nos definen en cierto modo e influyen significativamente en nuestro comportamiento. Para bien o para mal, tenemos un juicio acerca de lo que percibimos a través de nuestros sentidos, existe una opinión, una postura sobre cualquier cosa, persona o situación y constantemente debatimos con otros quienes también tienen ideas y calificamos como objetivo o subjetivo lo que mostramos y lo que nos muestran. Es todo un laberinto de palabras, pues cada quien percibe como puede (o como quiere) y no siempre estamos de acuerdo el uno con el otro. Es aquí donde comienza la maravilla de ser diversos, ahora, también es cierto que un pensamiento convertido en una creencia podría salvar o acabar con nuestro estilo de vida. 

Para la señora en cuestión, sus ideales representaban su ser, tanto o más que la realidad, muy subjetiva, muy emocional. De allí viene la conexión que tenemos con lo que creemos: en qué medida nos moviliza emocionalmente, nos toca y forma parte de nosotros. El ideal existe sólo en nuestra mente, los más soñadores sabemos lo cierto que es esto: el imaginarse un mundo mejor y hasta perfecto de acuerdo con nuestro criterio, disfrutando de la fantasía hasta que un día nos topamos con la realidad, que no siempre es tan presentable pero que sin duda nos acerca más a regular nuestras expectativas, las cuales en ocasiones se salen de control y nos llevan inevitablemente al fracaso.

No, no estoy en contra de soñar. Los ideales movilizan pero a veces lo hacen en la dirección equivocada, lo que significa que no sólo podría afectarte personalmente sino también al colectivo, ¿por qué? porque el idealista comunica lo que cree, y desea que otros compartan lo que piensa, formándose así una comunidad que sigue una creencia en particular. El problema sobreviene cuando se desconecta de lo real, de lo comprobable y verificable, allí comienza la contradicción y no nos damos cuenta hasta que sucede algo que destroza por completo lo que creíamos, y eso es lo que duele, eso es lo que evitamos con tanta insistencia.

Evadir la realidad nos ubica en una zona de confort que no estamos dispuestos a abandonar, porque tememos sufrir y saber que lo que creíamos nada más se encontraba en nuestra mente. Para cada quien hay una realidad individual y también hay una realidad compartida, esa en la que todos sin importar raza, religión o posición socioeconómica, nos afecta. La tarea es mejorar nuestro autoconocimiento, ver hacia adentro y reconocer si estamos despiertos ante lo que sucede frente a nuestros ojos. Por ejemplo, ¿te has preguntado si comprendes lo que pasa a tu alrededor? Ir por la calle sin hacer contacto visual con nadie, caminando como en modo automático te desconecta de la realidad, te insensibiliza y te lleva a un comportamiento cuadrado y robótico. 

Si percibieras mejor lo que pasa dentro de ti y lo que sucede fuera de ti, de seguro disminuyera el nivel de contradicción, porque reconocerías que no puedes controlarlo todo sino sólo aquello que depende de ti: lo que piensas, lo que dices, lo que haces. Si tu idea es un país mejor, uno donde haya más valores, muéstralos y sé congruente. El otro aprende cuando te ve siendo amable, porque inevitablemente imitamos conductas, por eso si eres un buen ejemplo, irás viendo cómo deja de ser un ideal y empieza a ser real. Acércate a lo que no conoces, compara lo que crees con lo que ves, escucha más y oye menos, conéctate con otros, conócete mejor y así lograrás equiparar tus ideales con tus realidades. Muéstrale al mundo que se puede ser mejor, que se puede cambiar y que ese cambio empezó en ti.